De mezquindad e ingratitudes

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Por FERNANDO A. DE LEÓN
Hacer  bien y no mirar a quién, no siempre es gratificante. Y parecería que la frase ha sido acuñada, no sólo por los que nunca han tenido virtudes de reciprocar favores, sino por los que se niegan a bien vindicar  a quienes los distinguen.
 
 
Si se parte de esa premisa, habría que sopesar  si es saludable esgrimir  ponderaciones sobre ciertos entes beligerantes, insertos en variopintos estamentos de nuestro tejido social.
 
 
Porque ciertamente aunque no se pretendan galardones  por atribuir méritos a ciertos individuos, constituye un acto de ingratitud el no estimular a quienes se arriesgan dispensando afectos y distinciones, a cambio de nada.  En un país como el nuestro, esta noble tarea de  reconocimientos,  más que beneficios, genera confrontaciones e inmerecidos impropierios.
 
 
La patria no será más grande y nuestras actitudes y aptitudes, devendrían en  simples  nimiedades, si ellas no están adornadas por la justa sinergia que genera el saber agradecer,  y dejar de lado cualquier  sesgo que redunde en inexplicables mezquindades.
 
 
Aunque pese a ser un tanto díscolos e impulsivos, como escribidor, debemos admitir que hemos caído en el pesimismo o derrotismo, pero somos cautos en no despotricar, tras abordar asuntos inextricables.  Con frecuencia optamos por dedicar esfuerzos en elaborar  artículos anecdóticos y sobre trayectorias profesionales, que sólo persiguen  establecer paradigmas socio-políticos y conductuales.
 
 
En consecuencia, pese a estar ovillado en la monotonía neoyorquina, como si nuestra deuda social fuera ineluctable, hemos dedicado tiempo a destacar acciones que consideramos positivas, de protagonistas que  mantienen-según nuestro criterio- un loable ejercicio en diversas actividades del quehacer  social en República Dominicana.
 
 
Tal vez lo hacemos como gesto de agradecimiento;  hemos recibido más, de lo que alguna vez hemos retribuido. Empero, este nuevo año 2015 sería idóneo para revisarnos y repensar en que, debemos bien meditar, cuando intentemos catapultar a alguna  figura con exaltaciones y méritos que tiendan a glorificarla.
 
 
Porque estas distinciones, a veces devienen en una tarea ingrata (y estamos generalizando, no nos referimos a recientísimas ponderaciones).  Estas inspiraciones que, súbitamente, trascienden en escritos un tanto románticos e ingenuos, suelen dejarnos  un sinsabor a bodrio.
 
 
Y esto lo meditaremos seriamente, aunque independientemente de nuestras intenciones de un periodismo de inusual codificación y en nada extraordinario o convencional como los demás, muy a pesar nuestro, como dicen los clásicos, el estilo  es el hombre. Posiblemente  en nuestro caso no sólo es el hombre, sino las circunstancias.
 
 
Esas circunstancias con su secuela de avatares, nos fortalecen.  No obnubilan nuestras espontáneas y sanas intenciones (perdón por la inmodestia). Hasta el momento, las frustraciones, no retuercen nuestra conducta.
 
 
No albergamos resquemores ni encono alguno, aunque como dijera hace tiempo una celebridad: no guardamos rencor, pero no olvidamos ni los nombres ni los apellidos. Nos referimos a quienes alguna vez, nos han maltratados, desairados, o no nos han correspondido, como debiera hacer toda persona que se precie de sensata, cortés, inteligente y decente.
 
El autor es periodista, asesor del CDP en Nueva York, donde reside.

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