Haitianos

Por Fernando A. De León
Los migrantes que visitan u ocupan la República Dominicana no necesariamente deben hablar nuestro idioma y poseer nuestra cultura, como sugirió recientemente una comentarista. De ser así, entonces los dominicanos estaríamos impedidos de migrar hacia Estados Unidos y Europa.
Aunque con menos porcentaje que la nación norteña y otros confines, nosotros somos una nación de migrantes. Es más, nuestros ancestros llegaron de otros lares. ¿Cuál es el problema? Entonces nuestros migrantes deben ser exclusivamente los de lengua hispana y similares costumbres. ¿Lo que no queremos son a los haitianos aunque sean legales?
Partiendo de la absurda exposición antes expuesta entenderíamos que nuestros turistas deben ser de regiones que hablen nuestro idioma y, de algún modo, se correspondan con nuestro comportamiento.
Creemos que el tema nodal, si nos referimos exclusivamente a la migración haitiana como se pretende, es el asunto de la ilegalidad. Lo que hace falta en nuestro país es la fuerte institucionalidad y certeras políticas migratorias, que controle la entrada de ilegales. Y aclaramos que estas medidas son atinentes a cualquier conglomerado, no solo a los haitianos.
Cuando se demanda que se detenga la cultura de la africanidad de los haitianos, entonces aunque no se quiera y lo neguemos, consciente o inconscientemente hay odio, si no a la “raza”, a una etnia. Y ello es una contradicción en un país que pretendiendo ser soberanista hay sectores que hasta celebran las festividades estadounidenses. Esto, por solo colocar un ejemplo.
Si partimos del criterio de la comentarista de marras, entonces en Estados Unidos no debería permitirse la entrada de migrantes que, como nosotros, todavía no dominan el idioma inglés (que por cierto aunque que sea el que más se hable, no es el oficial). Y si no es el idioma oficial, es porque se erigió esa nación partiendo de que hay migrantes que tienen otras lenguas para comunicarse.
Por cierto, si nos referimos a que muchos de los haitianos en República Dominicana hacen sus necesidades en la vía pública; no ocurre lo mismo en Estados Unidos donde se cumple efectivamente la supervisión de las buenas costumbres. Podríamos colegir que el problema no son los haitianos, sino la ausencia de consecuencias, y, por último, las debilidades autoritarias.
Lo que se debe hacer de una vez por todas, es frenar la ilegalidad; aplicar contundentes disciplinas de decencia, y detener los manejos turbios que permiten que el país se nos llene de haitianos ilegales. En consecuencia, se podría decir que el problema no son los haitianos, sino nosotros.
El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.